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La flor de la vida

  • Foto del escritor: MUJER ÁRBOL
    MUJER ÁRBOL
  • 14 ago 2019
  • 2 Min. de lectura

"Borago Officinalis" Flor de la borraja

Ya llegó el momento...


Toca sucumbir al placer de la vida que se mantiene oculta hasta que la consciencia despierta y brota una nueva versión de nosotros, de nuestra naturaleza viva.


Como esa simiente que lleva enterrada alguna luna y decide abrirse al exterior; descubrir en la sorpresa del no saber, de lo que el devenir haga de ella.


Esa plantita, esa flor, no "conoce" su forma, no sabe en que se convertirá, ni su color, ni su olor, si será o no venenosa para algunos insectos y para otros un dulce manjar donde recrearse en la templanza del descanso sobre sus pétalos, no intactos pero si de esencia intocable y alma de belleza universal.


De cada simiente, una vida que respetar y cuidar ... y amar.

Vida inteligente, de perfección geométrica y armónica, de donde venga da igual, solo su presencia ha de ser suficiente para ilustrar en nuestra mirada la atención que merece el hecho de Ser, sin más.


Sus estambres, corola y cáliz, sus antenas donde alberga el polen que será transportado, libremente por algún animalillo, encargado de expandir nuevos nacimientos con nuevas flores, posiblemente comestibles, o de uso medicinal donde sanar nuestros deslices y descuidos propios de esta raza, aún por conscienciar.

La abundancia de la Naturaleza...sin más.


Los ritmos de las flores, comparables con nuestro ritmo vital.

Se abren al nacer el día, expuestos a la luz solar, se nutren, incluso se orientan en voluntad hacia la cálida sensación del calor, como los girasoles en flor; al atardecer, se van desvaneciendo para prepararse al descanso donde protegerse y dejarse llevar por el sosiego de la noche, cerrando sus pétalos y dejándose llevar, donde integrar el día que ya se va, conectar con su esencia para renacer junto a la melodía de los pájaritos y ese rocío que en la dulce mañana volverá a llenar de brillo su hermosa apariencia de flor, sin saber lo que le deparará.


Como esas flores, cada uno por igual, brota con la ignorancia de lo que será, su forma, color, olor, experiencia, dejándose llevar por el capricho de ese algo que solo Dios sabrá; y con lo cual, para que juzgar, si vivimos ignorantes hasta de nuestra propia verdad.


Todos y todas dormimos para despertar, en algún momento o algún lugar, expuestos a la vida, y a la muerte que cada día se manifiesta sin piedad, para volver a nacer bajo el sostén de la búsqueda, de la rutina y la necesidad de amar.


La belleza de cada flor, también vive en nuestro interior; su delicadeza y sensible aroma, su vulnerable reclamo donde formar parte del todo, donde intentar desarrollarse y seguir viviendo en los desvaríos de un planeta vivo y sin descanso, seguir el camino de la creación, y ¿por qué no? entender la vida como un lugar de paso.


Gracias, gracias, gracias.







 
 
 

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Laura Giner

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